Crítica de la razón conspiracionista

Grafiti montevideano realizado por el artista Mokek @mokek_________

1. Introducción

El coronavirus no existe. El gobierno está sembrando el pánico para restringir nuestros derechos fundamentales. Bill Gates está detrás de la «plandemia» y quiere imponernos la vacunación obligatoria con el fin de diezmar a la población mundial. La tecnología 5G podría ser responsable de la aparición del virus. La realidad, en fin, no es lo que vemos sino lo que está detrás. Las teorías conspirativas están proliferando por todos lados. Una parte importante de la población cree en ellas y, los que no lo hacemos, contemplamos el avance de este pensamiento con creciente preocupación.

Las teorías conspirativas cumplen una función importante para quienes creen en ellas. Son visiones que están al servicio de aquellos individuos que suponen actuar de forma enteramente autónoma, como si se sintieran más en los siglos XVIII o XIX que en el XXI. Por otra parte, las teorías conspirativas supuestamente permiten identificar a los culpables de todo. Mientras que en las teorías clásicas del chivo expiatorio se solía expulsar a los individuos de la comunidad, las de conspiración siempre apuntan a los colectivos. De allí que sus adeptos se destaquen entre la multitud: quienes creen en las narrativas de conspiración pueden afirmar que han «despertado», es decir, ya no están con los ojos vendados y se han dado cuenta de cómo funciona realmente el mundo. La gilada, en cambio, sigue sin darse cuenta de nada y se traga el «discurso oficial».

Es cierto que no todas las teorías conspirativas son peligrosas y, desde luego, tampoco necesariamente lo son las personas que creen en ellas. Sin embargo, pueden tener consecuencias graves: legitimar la violencia, como han demostrado los atentados de Halle (Alemania, 2019) y Christchurch (Nueva Zelanda, 2019), o el tiroteo en una pizzería de Washington (Estados Unidos, 2016). Quienes se ven como víctimas de una conspiración global pueden sentirse llamados a tomar las armas, como por ejemplo lo ha manifestado Gustavo Salle en Twitter: «Vacunación obligatoria = legítima defensa = lucha armada»1. Por otra parte, las teorías conspirativas de tipo médico son peligrosas porque pueden llegar a poner en peligro no sólo a quien la profesa, sino también a los demás. Quienes piensan que el coronavirus no existe, o que es inofensivo, son menos propensos a seguir los protocolos de seguridad y las normas de higiene —o incluso a violarlos deliberadamente, como si esto fuera un acto de «desobediencia civil».

Por último, las teorías conspirativas pueden dañar la confianza en la democracia. Los que creen que todos los políticos están confabulados, son capaces de no participar en las elecciones o de votar a candidatos populistas que se presentan como líderes outsiders y «apolíticos», es decir, aquellos políticos que si están convencidos de haber tenido resultados electorales en su contra, no tienen problemas de incentivar el uso de la violencia para atentar contra la democracia —tal como sucedió, por ejemplo, el pasado 6 de enero con el asalto al Capitolio en Washington.

Ahora bien: ¿qué son exactamente las teorías de conspiración? ¿Es cierto que cada vez son más populares e influyentes? ¿En qué consiste el pensamiento conspiracionista? En este ensayo me gustaría abordar éstas y otras cuestiones. En la primera parte, definiré el fenómeno y lo distinguiré conceptualmente de las conspiraciones reales y de las noticias falsas. En la segunda parte, explicaré por qué el término «teoría conspirativa», por cierto bastante controvertido y polémico, es el apropiado. En la tercera parte, esbozaré brevemente la historia del pensamiento conspirativo. Para ello, prestaré especial atención al proceso de estigmatización que sufrieron las teorías conspirativas en la segunda mitad del siglo XX, así como al papel de internet para su difusión. Por último, se analizaré la coyuntura actual a raíz de la pandemia.

2. Teorías conspirativas: una definición conceptual

Las teorías conspirativas afirman que hay superpoderosos que persiguen un plan macabro entre bastidores y, por lo tanto, manipulan los hechos a su antojo. En este sentido, se caracterizan por tres supuestos básicos: en primer lugar, parten de la base de que nada ocurre por casualidad, es decir, que todo está previsto. En segundo lugar, sostienen que «nada es lo que parece», por lo cual siempre hay que mirar detrás de las fachadas para entender lo que realmente ocurre. Y, en tercer lugar, asumen que todo está interconectado: que existen relaciones entre los acontecimientos, las personas y las instituciones que sólo pueden comprenderse en tanto se asume un entramado de conexiones en el que están insertas. A esto es a lo que se refieren los conspiracionistas cuando plantean que hay una «gran conspiración».

Naturalmente, los teóricos de la conspiración no piensan que el café que toman por la mañana forma parte de un complot y que, por lo tanto, su preparación fue orquestada por la confabulación de los superpoderosos. Más bien lo que hacen es hacer muchísimo hincapié la planificación, el secretismo y la concatenación de los eventos. De allí que el factor crucial que distingue a las teorías conspirativas de las científicas sea, precisamente, el énfasis excesivo en la intencionalidad. Al suponer que los superpoderosos pueden reunirse en pequeños grupos y así imponer sus intenciones durante años, décadas o incluso siglos (pensemos en las teorías conspirativas sobre los Illuminati), los conspiracionistas transmiten una visión anticuada del mundo y del ser humano reducida al intencionalismo. Transmiten, además, la impresión de que los confabuladores nunca fracasan en la implementación de sus planes, lo cual es una manera indirecta de ubicarlos en un plano sobrehumano.

El énfasis excesivo en la acción deliberada que no encuentra obstáculos a la hora de concretarse, hace que los conspiracionistas se planteen —tácita o explícitamente— la vieja pregunta que ya se hacían los romanos, a saber: cui bono?, es decir, ¿quién sale ganando? Dicho en otros términos: en un mundo sin coincidencias, ni efectos secundarios no deseados o impactos coyunturales, los que supuestamente se benefician de un acontecimiento son equivalentes con los responsables del mismo. Por esta razón, los teóricos de la conspiración suelen empezar por identificar a los culpables y luego buscar pruebas de su culpabilidad. Al proceder de este modo, dejan de lado todo lo que va en contra de sus deducciones y se concentran de forma muy selectiva en lo que, casi sin excepción, lleva agua para su molino. Es por este esquema de razonamiento que sus intervenciones tienden a ser poco argumentativas. Preguntas como «¿quién se beneficia de esto?», o razonamientos del tipo «difícilmente puede ser una coincidencia que…», desde luego que no son siempre injustificados, pero a menudo determinan el momento exacto en que las dudas razonables y las críticas legítimas se convierten en teorías conspirativas.

La exclusión casi total de coincidencias, además, marca una importante diferencia entre las tramas imaginadas por los conspiracionistas y las conspiraciones reales. Estas últimas siempre han existido (y, probablemente, siempre existirán). Pensemos en el asesinato de Julio César en el año 44 a.C. Los conspiradores romanos lograron matar a César, sí, pero fracasaron en su verdadero objetivo que era preservar la república. El resultado fue una guerra civil, al final de la cual Octavio se convirtió en autócrata y dio paso al estado imperial. Sucede que, en el curso de los acontecimientos, la coincidencia y las consecuencias imprevistas rara vez pueden descartarse.

Por último, hay que distinguir a las teorías conspirativas de las «fake news». Aunque normalmente se utilizan los dos términos por igual, se trata de dos fenómenos distintos. Las fake news son informaciones falsas que se difunden a propósito con el fin de desacreditar a ciertas personas o instituciones, generar confusión o lograr otros objetivos. A diferencia de las teorías conspirativas, las fake news no afirman necesariamente la existencia de una conspiración y, a menudo, se ocupan «sólo» de la difamación y la calumnia. En diciembre del año pasado, por ejemplo, la revista uruguaya Extramuros que dirige Aldo Mazzucchelli, difundió la noticia falsa de que Christian Drosten (Jefe del Instituto de Virología del Charité Berlín), estaba siendo juzgado penalmente en Alemania y que, además, la legitimidad de su título de doctor estaba siendo «cuestionada»2. Si bien es cierto que el abogado y político alemán Reiner Fuellmich —quien ha declarado que las medidas antipandemia impulsadas por el gobierno alemán han sido peores que el Holocausto y que Merkel planea la construcción de un «campo de concentración» para no vacunados— ha iniciado una campaña para demandar a Drosten, jamás logró presentar evidencia suficiente como para iniciar un proceso penal3. Por otra parte, la Universidad de Frankfurt —institución donde Drosten se doctoró en el año 2003— desmintió que el proceso académico por el cual le fue conferido dicho título haya sido fraudulento4. La noticia falsa divulgada por Extramuros, entonces, no constituye una teoría conspirativa en sí misma pero aporta (des)información útil para quienes afirman, por ejemplo, que vivimos una «plandemia».

Para ser precisos: sólo cuando uno mismo, sin creer en una teoría conspirativa, la difunde cínicamente es cuando se convierte en noticia falsa. Un ejemplo de esto es la teoría conspirativa del «gran reemplazo», la cual plantea que George Soros está orquestando esta trama. Esta teoría fue inventada por los asesores del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, con el fin de utilizar a Soros para crear a un enemigo público que fuera aceptable para grandes sectores de la población húngara5.

El caso es que los conspiracionistas suelen estar convencidos de ayudar a revelar la verdad oculta de las cosas; para decirlo en una palabra: ellos no quieren mentir. Esto explica que no se vean así mismos como gente que difunde información falsa a propósito, sino por el contrario, gente que más bien está ofreciendo la información que «el discurso oficial no quiere mostrar». En este sentido, el teórico de la conspiración asume el mandato ético de no mentir como su compromiso político, su forma de militancia, y es por ello que a menudo se escenifica como un héroe de la libertad: porque su opinión es la censurada, la perseguida, aquella que presenta un peligro para el dominio de la élite global, etc.

3. ¿Por qué hablar de «teoría conspirativa»?

Antes que nada, vale aclarar que las teorías conspirativas y las científicas tienen mucho en común. Ambas buscan obtener conocimientos sobre el mundo a partir de supuestos interconectados. Pero en el caso de las teorías conspirativas, como ya se ha explicado, nada ocurre por casualidad; nada es lo que parece y todo está entrelazado. Al igual que las teorías científicas, las conspirativas proporcionan respuestas a problemas del conocimiento y permiten una cierta «comprensión del mundo». Por un lado, explican lo que ya ha sucedido y, por otro, permiten hacer predicciones sobre el futuro. Que estos supuestos básicos a veces funcionen y generen algo de sentido, no es suficiente para hablar en términos de una «teoría», dado que ésta sólo se refiere al proceso formal de explicación del mundo, ¿se entiende?

Otro argumento en contra del término «teoría conspirativa» es que, a diferencia de las científicas, no son falsables: no pueden ser corregidas si las contrastamos con evidencia contraria. Esto tampoco es cierto: las teorías conspirativas pueden ser desmentidas. De hecho, debido a los supuestos fundamentales del pensamiento conspiracionista, esto no debería ser muy difícil. El problema, sin embargo, es que generalmente los teóricos de la conspiración están fervorosamente convencidos de lo que creen y no aceptan ni siquiera aquello que los contradice de forma inequívoca; por el contrario, más bien lo ignoran, lo pretenden invalidar o incluso intentan presentarlo como una confirmación de sus sospechas. Por tanto, el problema en este caso no es la teoría sino más bien el comportamiento de quienes creen en ella. Incluso, a decir verdad, esta actitud tampoco difiere radicalmente de quienes creen en ciertas teorías científicas. Claro, puede que no se corresponda con la imagen ideal de la ciencia, pero lo cierto es que en la práctica también los «científicos serios» tienen a veces serias dificultades en admitir que sus ideas han sido refutadas, esto es: también ellos, en ocasiones, se aferran a sus opiniones aunque los hechos hablen en su contra.

Asimismo, tratar a los pensadores conspiracionistas de «conspiranoicos», no es otra cosa que reducir sus visiones a una perturbación mental ajena a la razón. Se destaca, entonces, la influencia del aspecto paranoico ya que el vocablo «conspiranoico» está compuesto, precisamente, de la unión de «conspiración» y «paranoia». Esta perspectiva, al poner énfasis en la supuesta condición psicológica de quienes elaboran, diseminan o creen en teorías conspirativas, es demasiado restrictiva e impide comprender el rol de otros factores, como son la importancia de los sesgos cognitivos para la extensión de esas teorías, o el modo de construirlas a partir de rumores o de mentiras recurrentes.

Por último, quienes rechazan el término «teoría conspirativa», sostienen que con él se está promoviendo un espacio a los divulgadores de ideas absurdas. Esto no es cierto, pues se trata de una estigmatización. En efecto, el término ‘teoría conspirativa’ actúa a menudo como un insulto en sí mismo. Tachar algo como «teoría conspirativa» no suele ser suficiente para acabar con la discusión. Por ello, no es de extrañar que exista incluso una teoría conspirativa sobre el origen mismo de la palabra «teoría conspirativa»: muchos conspiracionistas sostienen, por ejemplo, que se trata de un invento de la CIA para deslegitimar las críticas a la versión oficial del asesinato de John F. Kennedy6.

Hay que destacar que la discusión de términos no es un ejercicio puramente intelectual, sino que tiene consecuencias prácticas. Quienes hablan de «mitos de conspiración», «ideologías de conspiración» o «narrativas de conspiración» en lugar de teorías conspirativas, utilizan términos que sólo captan parcialmente la naturaleza general del fenómeno. Los que sí hablan en términos de teoría conspirativa, por otro lado, reconocen que tanto los conspiracionistas como los que no lo son, no hacen otra cosa que intentar comprender el mundo en el que viven. Mientras que sólo «los otros» tienen ideologías y creen en narrativas, se hace visible un elemento común a pesar de todas las diferencias. En tiempos en que ambos bandos se miran con creciente recelo, esta toma de conciencia puede ser un primer paso para cerrar las brechas o, al menos, no dejar que se sigan ensanchando.

4. Brevísima historia de las teorías conspirativas

Las teorías conspirativas tienen una larga historia, pero no son una constante antropológica. Las primeras versiones, por cierto muy similares a las variantes modernas, se encuentran ya en la antigüedad clásica. Sin embargo, no hay una línea continua de desarrollo que lleve desde allí hasta el presente. De la Edad Media, por ejemplo, sólo disponemos fragmentos de teorías conspirativas. Como ha demostrado Cornel Zwierlein, sólo con la transición de la Baja Edad Media a la Primera Edad Moderna, es decir, en los siglos XV y XVI, surgen teorías conspirativas que se corresponden con nuestra concepción moderna. Es que sólo entonces se dan los supuestos necesarios, a saber: ciertas ideas de agencia humana (las personas pueden imponer su voluntad en el mundo, Dios no lo determina todo) y de temporalidad (la conspiración supuestamente comenzó en el pasado y quiere alcanzar sus objetivos en el futuro), las condiciones de los medios de comunicación para difundir las teorías (la imprenta) y, por último, un público (mayoritariamente lector) en el que puedan circular las teorías conspirativas7.

A diferencia de hoy, las teorías conspirativas no se consideraban un problema en aquella época. Desde principios de la modernidad hasta los años 50 del siglo pasado, las teorías conspirativas en todo el mundo occidental eran un conocimiento ortodoxo en el sentido de la sociología del conocimiento, es decir, uno considerado válido y reconocido por la comunidad científica.

Lo mismo ocurre con la convicción de que la calidad moral de una acción se corresponde con la intención que la motiva. Por ello, políticos como Abraham Lincoln o Winston Churchill e intelectuales como Samuel Morse (el inventor del telégrafo) o Thomas Mann, creían en teorías conspirativas. Es por ello que éstas tuvieron una gran influencia en los debates públicos y las decisiones políticas de aquel entonces. Si alguien hubiera hecho una encuesta global en 1921, por ejemplo, seguramente hubiera constatado que en Europa y Estados Unidos había un acuerdo muy superior al 80% con las teorías conspirativas más populares de la época. Dado que estaban firmemente ancladas en la sociedad, su fuerza difería considerablemente de las variantes actuales. Mientras que hoy en día (al menos en Europa y en las Américas), las teorías conspirativas son ante todo un medio de crítica populista de las élites, es decir, se dirigen principalmente contra los supuestos conspiradores «que están arriba», en el pasado se centraban en «los de abajo», a saber: judíos, comunistas, o incluso aquellos que eran acusados de conspirar «contra el orden moral y las buenas costumbres». De modo que las teorías conspirativas se dirigían, principalmente, contra los grupos marginados, justamente porque eran parte del discurso de las élites8.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las teorías conspirativas comenzaron a verse con mayor desconfianza y por ello pudieron ser también estigmatizadas. Como ha demostrado Katharina Thalmann, fue sobre todo la divulgación de nuevas perspectivas críticas desde las humanidades lo que llevó a la deslegitimación del saber conspiracionista. Así, Theodor Adorno y Leo Löwenthal, quienes escaparon de los nazis para exiliarse en Estados Unidos, se ocuparon de los efectos potencialmente aterradores de las teorías conspirativas en relación al Holocausto. Se concentraron en la psicopatología de los teóricos de la conspiración y postularon una estrecha relación entre la tendencia al totalitarismo y el pensamiento conspiracionista. Al mismo tiempo, filósofos de la ciencia como Karl Popper comenzaron a criticar la epistemología de las teorías conspirativas. Según estos autores, las teorías conspirativas no podían describir adecuadamente al mundo porque, primero, hacían hincapié en la agencia humana de forma demasiado unilateral; segundo, descuidaban las consecuencias no deseados o imprevistas de cualquier suceso y, tercero, tampoco prestaban atención a la lógica inherente de los sistemas sociales y a sus propias limitaciones estructurales9.

Este discurso, inicialmente reducido al mundo académico, fue retomado años después por una nueva generación de estudiosos como el sociólogo Edward Shils o el politólogo Seymour Martin Lipset. Estos autores ya no se preocupan por el totalitarismo en Europa, sino por los argumentos contra la agitación conspirativa anticomunista en Estados Unidos. Sus escritos fueron retomados por periodistas que también se preocupaban por este tema, y así fueron llevados al público en general, donde rápidamente surtieron efecto, de modo que las teorías conspirativas fueron entendidas cada vez más como un peligro para la democracia estadounidense10.

Las teorías conspirativas pasaron así de estar en el núcleo a los márgenes de la sociedad, aunque siguieron siendo algo populares en el mundo occidental. Desaparecieron de la esfera pública, donde ya no eran aceptadas, pero siguieron difundiéndose en varias subculturas. En este contexto, a los teóricos de la conspiración les resultaba difícil llegar a un público más amplio. A menudo tenían que autopublicar sus libros. Por lo tanto, sus explicaciones alternativas no tuvieron mucho impacto. Quienes dudaban de que los estadounidenses hubieran llegado a la Luna, tuvieron que esforzarse mucho para encontrar explicaciones alternativas a estos hechos. De modo que, por lo general, tan sólo se quedaba con dudas que no llegaban a fermentar en teorías conspirativas.

Con internet, la situación ha vuelto a cambiar. Para los teóricos de la conspiración, ahora es muy fácil publicar sus ideas. Quien googlea «11-S» o «vacunación», encuentra fácilmente enlaces a sitios de teorías conspirativas en la segunda o tercera página de resultados —dependiendo, claro está, del algoritmo personalizado de búsqueda individual. De este modo, internet aumenta la visibilidad y disponibilidad de las teorías conspirativas.

Asimismo, los teóricos de la conspiración están mucho mejor conectados que antes y, por lo tanto, pueden reforzar más fácilmente sus propias convicciones y, al mismo tiempo, llegar a persuadir a los demás. Por otra parte, también han surgido «verificadores» y «correctores» con sus propios sistemas de expertos y medios de comunicación. Es por ello que, probablemente, más personas crean en teorías conspirativas que antes de la llegada de internet.

Sin embargo, lo cierto es que son muchos menos que hace cien o doscientos años. Esto es lo que, precisamente, afirman Joseph Parent y Joseph Uscinski en su estudio cuantitativo sobre las teorías conspirativas en Estados Unidos, para el cual analizaron las cartas de lectores enviadas a los principales periódicos de ese país, desde 1890 hasta la actualidad. Su conclusión es que no vivimos en una época de teorías conspirativas y que no hemos vivido en una desde hace bastante tiempo. La pandemia actual tampoco ha cambiado esto11.

5. Conspiracionismo y política en tiempos de pandemia

No son pocos quienes dicen que el coronavirus ha sido creado deliberadamente, que ha matado a mucha menos gente de la que se informa en las estadísticas oficiales, o que directamente no existe. Esto se ha podido ver en una encuesta realizada el año pasado por YouGov-Cambridge Globalism Project, sobre un total de 26.000 personas de 25 países en todo el mundo12. Entre las teorías conspirativas relativas al coronavirus más extendidas, está aquella de la tasa de mortalidad del virus. Según la Universidad Johns Hopkins, hasta el día de hoy (octubre 2021) han fallecido casi 5 millones de personas en todo el mundo por COVID-1913, pero los pensadores conspiracionistas sostienen que esto ha sido «deliberada y enormemente exagerado». Así, casi el 60% de los encuestados en Nigeria declaró estar total o parcialmente de acuerdo con esta afirmación. En México, Sudáfrica, Polonia y Grecia, fue más del 40%; en Estados Unidos: 38%; en Hungría: 36%; en Italia: 30% y, en Alemania, alcanzó un 28% de la población encuestada. También en Uruguay, país que no integra esta encuesta, el diputado César Vega se ha manifestado en sintonía con esta opinión14.

Por otra parte, un número significativo de personas opinó que el virus ha sido «creado y propagado deliberadamente» por el gobierno chino o estadounidense. En Polonia, por ejemplo, una de cada cinco personas encuestadas dijo que la pandemia es definitivamente un mito, creado por «fuerzas poderosas» no identificadas. Mientras que en Turquía, Egipto y Arabia Saudita quienes se mostraron de acuerdo con esta afirmación fue aproximadamente la misma cifra, en Estados Unidos ésta alcanzó el 13%.

Asimismo, más del 35% de los estadounidenses, brasileños y españoles, declaró que es altamente probable que la pandemia haya sido creada y difundida por el gobierno chino. Algo que, por cierto, uno de cada cinco franceses, británicos, italianos y alemanes, también expresaron en el mismo sentido.

Finalmente, en 19 países diferentes, un 20% o de los encuestados declaró que «la verdad sobre los efectos nocivos de las vacunas se está ocultando intencionalmente al público»; entre ellos el 57% de los sudafricanos, el 48% de los turcos, el 38% de los franceses, el 33% de los estadounidenses, el 31% de los alemanes y el 26% de los suecos.

Estos resultados muestran el aumento del pensamiento conspiracionista en todas las regiones del planeta. Sin embargo, sería un error asumir que esto es algo así como una plaga que se originó de la nada. Por el contrario, la mayoría de las teorías conspirativas sobre el coronavirus no son nuevas, sino que más bien han sido la gota que derramó el vaso para darle rienda suelta a quienes ya venían cultivando el pensamiento conspiracionista antes de la pandemia. En otras palabras: ni los seguidores del movimiento QAnon, los terraplanistas o quienes creen en las «estelas químicas» (chemtrails) de los aviones, han necesitado de la pandemia para afianzar su pensamiento conspiracionista. El problema es que, dado que la crisis pandémica nos ha forzado a convivir con ambivalencias e incertidumbres estructurales durante bastante tiempo, muchas personas han optado por simplificar una realidad percibida como inasible, recurriendo así a teorías conspirativas que les aportan fórmulas reduccionistas de interpretación del mundo. De allí que también muchas personas, sobre todo en el último año, hayan tenido que soportar monólogos conspiracionistas de parte de algún tío, primo, hijo o amigo que aprovecha una reunión familiar para intentar reclutar nuevos adeptos de tal o cual teoría conspirativa.

Ahora bien: una cosa es que las teorías conspirativas hayan adquirido mayor visibilidad y otra es pensar que se han vuelto más populares. En este sentido, el indicador más seguro para saber si alguien cree en una teoría conspirativa es averiguar si tiene el antecedente de ya haberse imbuido, o seguir haciéndolo, con el pensamiento conspiracionista.

El problema es que, cuando esto es así, no siempre se nota. Muchos de los que creen en las teorías conspirativas no son, como se pensaba antes, enfermos mentales, sino más bien gente común y corriente que sabe leer y escribir. Por eso no son tontos y advierten que sus creencias son rechazadas por muchos de su entorno cotidiano; en consecuencia, se las reservan para sí mismos y las expresan en grupos afines al conspiracionismo. Por eso es difícil que un amigo o familiar convencido de que nos gobiernan los reptilianos, por ejemplo, confiese a viva voz en lo que cree si ya sabe que sólo recibirá desaprobación de parte de sus interlocutores.

Otra cosa es la propia pandemia del coronavirus y las respectivas políticas que se han tomado para lidiar con ella, pues éstas exigen una toma de posición constante debido a las numerosas restricciones de la vida social. Todavía hoy, llegando al final de 2021, apenas existe otro tema de conversación. Hasta hace poco se trataba, casi sin excepción, de si uno podía reunirse y bajo qué condiciones. Para quienes consideraban las restricciones de contacto como parte de un complot, esto fue una oportunidad para manifestar su adhesión a una teoría conspiracionista de la pandemia, lo cual contribuyó asimismo a que muchos sobredimensionaran la cantidad real de los conspiracionistas existentes. Tal impresión no es necesariamente errónea, puesto que muchos han descubierto a las teorías conspirativas gracias a la pandemia. No obstante, en la gran mayoría de los casos, quienes ahora sorprendían con sus opiniones poco convencionales, ya seguramente eran conspiracionistas antes del inicio de la pandemia, aunque tal vez no lo fueran de manera tan consciente.

A la impresión de que la creencia en las teorías conspirativas se ha disparado con la pandemia contribuye, indudablemente, el gran entusiasmo con el que a veces se discute el tema en los medios. Durante la crisis de Crimea en 2014 o durante las caravanas migrantes de centroamericanos hacia EE. UU. en 2018, proliferaron teorías conspirativas sobre ambos eventos que circularon bastante tiempo antes de que los periodistas las cuestionaran. Con la pandemia del coronavirus, en cambio, la reacción fue más rápida. Por un lado, esto se debió a cierta sensibilización por el tema basada en experiencias pasadas. Al mismo tiempo, cuando el año pasado la vida social estuvo paralizada casi por completo, los periodistas se vieron forzados a hablar del único tema que estaba en la agenda mediática, a saber: el progreso de la pandemia. No sólo las manifestaciones que comenzaron a expandirse globalmente en marzo 2020 en contra del confinamiento por el COVID-19 generaron preocupación, sino además la presencia de movimientos de ultraderecha tolerados por la «gente de bien» que asistía a esas marchas —tales como fue el caso del movimiento «Pensamiento Lateral 711» en Stuttgart (Alemania), Vox en Madrid (España), la Alianza para la Unión de los Rumanos en Bucarest (Rumania) o el partido One Nation en Victoria (Australia).

En este contexto, por más justificada que sea la preocupación sobre el crecimiento de estas fuerzas antidemocráticas entorno al pensamiento conspiracionista, es bueno recurrir a la perspectiva histórica para recordar que las teorías conspirativas han formado parte de todas las sociedades modernas. Hasta hace no más de algunas décadas, el pensamiento conspiracionista era mucho más popular y aceptado que en la actualidad. Su gran visibilidad en el presente está favorecida por su circulación en redes sociales y, sobre todo, por el rol que éstas han tenido para amplificar la predisposición que muchos ya tenían para creer en teorías conspirativas15. Al mismo tiempo, esta visibilidad también refleja dos cosas: por un lado, la correlación entre actitudes populistas y pensamiento conspiracionista que va más allá de orientaciones ideológicas y concepciones morales16; por otro, el escepticismo generalizado que todavía existe ante las teorías conspirativas17. De modo que, si bien la crisis del coronavirus ha dado mayor visibilidad al pensamiento conspiracionista, también ha sensibilizado a grandes sectores de la población sobre las dudosas conjeturas con las cuales los conspiracionistas pretenden explicar el mundo.

Actualmente, se está debatiendo qué medidas tomar para detener la expansión de las teorías conspirativas. Para combatirlas en el mundo de Twitter, por ejemplo, se ha sugerido que la mejor estrategia es confrontarlas con hechos comprobados si aún no están en un aumento exponencial18. Por su parte, la Unión Europea y la UNESCO lanzaron el año pasado una campaña para combatir su difusión. Una de las tantas medidas recomendadas a la hora de lidiar personalmente con un conspiracionista, consiste en: «No burlarse. Tratar de entender por qué la persona cree en la teoría»19. Este principio de empatía es una recomendación muy importante, pues los conspiracionistas se toman muy en serio y están convencidos —como ya se ha explicado anteriormente— de brindar información veraz para que podamos darnos cuenta del «gran engaño» en el que vivimos.

Uno de los que quiere revelarnos la verdad es, por ejemplo, el abogado Hoenir Sarthou. Así, en julio de este año, Sarthou publicó una columna en el semanario Voces donde nos «informaba» sobre el «gran reinicio» (the great reset) que según él está siendo orquestado por Klaus Schwab del Foro Económico Mundial. Lo que planteó Schwab en su discurso pronunciado el 8 de julio de 2020, y poco tiempo después amplió junto a Thierry Malleret (a quien Sarthou llama «su escriba») en el libro Covid-19: The Great Reset (2020), no es otra cosa que una reforma harto repetida desde hace años, a saber: que es necesario apostar por un «capitalismo sustentable». Con ello se refiere, concretamente, a un esfuerzo concertado del mundo para revisar todos los aspectos de nuestra sociedad y economía; desde Estados Unidos hasta China, todos los países y todas las industrias deben someterse a esta renovación. La única diferencia está en que, para él, la pandemia representa una «oportunidad» para desarrollar ese nuevo capitalismo, pues ha demostrado que la mayoría de la gente tiene «voluntad de sacrificio». Y es aquí donde Sarthou cae en un razonamiento típicamente conspiracionista, pues no le alcanza con la ingenuidad y cinismo de Schwab sino que sospecha que «hay algo más». En otras palabras: analizar las declaraciones en su contexto no importa, puesto que estamos ante uno de los superpoderosos que persiguen un plan macabro entre bastidores. De allí que Sarthou sugiera una típica concatenación de eventos al estilo del pensamiento conspiracionista: «Un visionario, perteneciente a la élite económica mundial, predice una calamidad global. Inmediatamente se organizan ensayos de respuesta a esa calamidad. Entre tanto, hay pequeños anticipos de la calamidad (la gripe aviar, la porcina, los apagones y ataques cibernéticos). Finalmente, la calamidad se produce cuando la gente está ya acostumbrada a la idea y la espera como un fenómeno inevitable»20. Nada ocurre por casualidad, todo está interconectado y detrás de cada evento de relevancia internacional se esconde la intención oculta de los superpoderosos.


Como se expuso en la segunda parte de este ensayo, las teorías conspirativas entorno a la pandemia no son en sí mismas un problema, puesto que no resisten una confrontación argumentativa seria y pueden ser refutadas. El problema es más bien la experiencia de iluminación que muchos conspiracionistas parecen tener, pues a partir de ese momento clausuran la posibilidad de entablar un diálogo entre iguales. Esto es lo que genera una predisposición hacia formaciones sectarias, autosegregadas, donde se traza una división radical entre un «nosotros» (los pensadores conspiracionistas) que se ha salvado y un «ellos» (el rebaño gregario y sumiso) que está perdido. De este modo se rehabilita, entonces, la simplificación binaria de buenos y malos en función de reafirmar a la propia creencia.

El verdadero problema del pensamiento conspiracionista es su permeabilidad política, especialmente en relación a los movimientos de ultraderecha. Esto es algo que Uruguay, no sólo por la fortaleza de sus instituciones y su todavía vigente tradición democrática, está a tiempo de prevenir. Y si bien las alianzas entre conspiracionistas y ultraderecha han sido más bien marginales, lamentablemente ya están presentes. En los actos políticos de Gustavo Salle, por ejemplo, a menudo asisten militantes con la insignia amarilla y un lema que reza «no vacunado». La insignia amarilla es un símbolo nazi que se estampaba en la ropa de los judíos y marca el comienzo de las deportaciones planificadas a los guetos, campos de concentración y campos de exterminio que fueron establecidos por los nacionalsocialistas en Europa del Este. La «estrella judía» (del alemán: Judenstern) fue, por lo tanto, una medida públicamente visible para llevar a cabo el Holocausto. Sin embargo, el propio Salle no tiene problema en usarla para decir vía Twitter lo siguiente: «No soy ratón de laboratorio. No al apartheid farmacológico. No a la dictadura nazista que pretende instalar @LuisLacallePou»21.

Los antivacunas como Salle pueden expresar libremente sus opiniones en público y no son perseguidos por las autoridades al hacerlo: no hay ninguna dictadura en Uruguay. De modo que equipararse con los judíos que fueron marcados con la insignia amarilla para luego ser asesinados según las «leyes de Núremberg», no sólo es cínico y de mal gusto sino además una burla a las víctimas del nacionalsocialismo y una banalización del Holocausto. Cualquiera que haga esto, como Gustavo Salle, está actuando de forma antisemita.

El pensamiento conspiracionista de pandemia, entonces, puede convivir con el odio a los judíos porque tiene una necesidad inherente de construir a un enemigo abstracto para mantener en funcionamiento a la propia lógica de sus razonamientos, la cual está basada en los tres fundamentos ya explicados en la segunda parte, a saber: que nada ocurre por casualidad, que«nada es lo que parece» y que todos los eventos están interconectados y obedecen a la intencionalidad de un plan superior. En este sentido, antes que burlarse de las ideas disparatadas de los pensadores conspiracionistas, habría que tomarlos en serio y saber qué lugar ocupan en el mapa político. Porque mientras ellos intentan persuadir al mundo de su verdad revelada, otros los instrumentalizan para ir en contra de la democracia.

Mateo Dieste

Texto publicado originalmente en Revista Contraargumento (Año III/ N° 33 / setiembre-octubre 2021 – ISSN: 2393-7955)

1 Salle, Gustavo (@sallelorier): «Vacunación obligatoria = legítima defensa = lucha armada», 20.08.2021, 19:31hs., en: https://twitter.com/sallelorier/status/1428771668646932485 [último acceso: 21.10.2021].

2 Savalle, Patrick: Grupo de prestigiosos científicos revisa el estudio fundamental en que se basan kits PCR-RT para SARS-CoV-2, y encuentra «diez errores fatales» que lo hacen «inútil como herramienta específica de diagnóstico para identificar el virus». Juicio penal a su autor principal, Christian Drosten, avanza en Alemania, en: Revista Extramuros, 19.12.2020, disponible en: https://extramurosrevista.com/grupo-de-prestigiosos-cientificos-revisa-el-estudio-fundamental-en-que-se-basan-kits-pcr-rt-y-encuentra-diez-errores-fatales-que-lo-hacen-inutil-como-herramienta-especifica-de-diagnostico-para-i/ [último acceso: 21.10.2021]. La nota de Extramuros es una traducción de un hilo de conversación de Savalle publicado en su cuenta de Twitter, la cual se denomina #THEGREATRESIST («la gran resistencia») y lleva en su perfil el siguiente lema: «Tu enemigo no son lunáticos marginales como yo. Tu enemigo tiene billones de dólares y arrasa con países enteros» (Your enemy is not fringe lunatics like me. Your enemy has trillions of dollars and wipes out whole countries).

3 Sobre Reiner Fuellmilch, puede consultarse la nota de Sebastian Leber: Der Verschwörungsideologe, der Kanzler werden will, en: Der Tagesspiegel, 20.09.2021, disponible en: https://www.tagesspiegel.de/themen/reportage/reiner-fuellmich-von-die-basis-der-verschwoerungsideologe-der-kanzler-werden-will/27626022.html [último acceso: 21.10.2021].

4 Véase el comunicado oficial de la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno: Falschbehauptungen zum Promotionsverfahren von Prof. Dr. Christian Drosten, 15.10.2020, disponible en: https://aktuelles.uni-frankfurt.de/aktuelles/falschbehauptungen-zum-promotionsverfahren-von-prof-dr-christian-drosten/ [último acceso: 24.10.2021].

5 Grassegger, Hannes: The Unbelievable Story of the Plot Against George Soros, 20.01.2019, disponible en: https://www.buzzfeednews.com/article/hnsgrassegger/george-soros-conspiracy-finkelstein-birnbaum-orban-netanyahu [último acceso: 22.10.2021].

6 Butter, Michael: There’s a Conspiracy Theory That the CIA Invented the Term ‚Conspiracy Theory‘ – Here’s Why, en: The Conversation,16.3.2020, disponible en: https://theconversation.com/theres-a-conspiracy-theory-that-the-cia-invented-the-term-conspiracy-theory-heres-why-132117 [último acceso: 21.10.2021].

7 Zwierlein, Cornel: Security Politics and Conspiracy Theories in the Emerging European State System (15th/16th c.), en: Historical Social Research/Historische Sozialforschung, vol. 1 (2013): 69–95.

8 Rogalla von Bieberstein, Johannes: Der Mythos von der Verschwörung. Philosophen, Freimaurer, Juden, Liberale und Sozialisten als Verschwörer gegen die Sozialordnung (Bern: Marix, 1976).

9 Thalmann, Katharina: The Stigmatization of Conspiracy Theory since the 1950s. «A Plot to Make us Look Foolish» (Londres: Routledge, 2019).

10 Hofstadter, Richard: The Paranoid Style in American Politics and Other Essays (Cambridge/Massachusetts: Harvard University Press, 1996): 3–40.

11 Parent, Joseph M. y Uscinski, Joseph E.: American Conspiracy Theories (Nueva York: Oxford University Press, 2014: 110 y ss.

12 Los resultados completos de esta encuesta pueden consultarse aquí: https://docs.cdn.yougov.com/2ouu9vfd10/YouGov%20-%20Globalism%20Study%20and%20conspiracies%20Results.pdf [último acceso: 21.10.2021].

13 Puede consultarse el rastreador en tiempo real aquí: https://coronavirus.jhu.edu/map.html [último acceso: 23.10.2021].

14 Prieto, Ana: Las afirmaciones falsas y engañosas del diputado uruguayo César Vega sobre el covid-19, en: AFP Factual, 31.07.2021, disponible en: https://factual.afp.com/http%253A%252F%252Fdoc.afp.com%252F9HL2MX-1 [último acceso: 23.10.2021].

15 Uscinski, Joseph E. et al.: The Relationship Between Social Media Use and Beliefs in Conspiracy Theories and Misinformation, en: Political Behavior (2021), disponible en: https://doi.org/10.1007/s11109-021-09734-6 [último acceso: 22.10.2021].

16 Eberl, Jakob-Moritz et al.: From populism to the “plandemic”: why populists believe in COVID-19 conspiracies, en: Journal of Elections, Public Opinion and Parties, vol. 31 (2021): 272-284.

17 Butter, Michael: Verschwörungstheorien: Eine Einführung, en: Aus Politik und Zeitgeschichte, vol. 71. 35–36 (2021): 4–11.

18 Kauk, Julian: Understanding and countering the spread of conspiracy theories in social networks: Evidence from epidemiological models of Twitter data, en: PloS ONE, Nr. 8 (2021): 1-20.

19 Unión Europea – UNESCO: #ThinkBeforeSharing – Stop the spread of conspiracy theories (2020), en:

https://ec.europa.eu/info/live-work-travel-eu/coronavirus-response/fighting-disinformation/identifying-conspiracy-theories_es [último acceso: 21.10.2021].

20 Sarthou, Hoenir: La estrategia del caos por Hoenir Sarthou, en: Semanario Voces, 07.07.2021, disponible en: http://semanariovoces.com/la-estrategia-del-caos-por-hoenir-sarthou/ [último acceso: 21.10.2021].

21 Salle, Gustavo (@sallelorier): «No soy ratón de laboratorio. NO AL APARTHEID FARMACOLÓGICO. NO A LA DICTADURA NAZISTA QUE PRETENDE INSTALAR @LuisLacallePou», 22.04.2021, 12:43hs, en: https://twitter.com/sallelorier/status/1385001230972379138?t=-gHJ1Q8Y8man58lMxfuGXQ&s=03 [último acceso: 23.10.2021].

Un comentario en “

  1. Interesante tu escrito, pero es casi la misma opinión que tienen todos acerca del tema. Desde el momento que criticas el hecho de ver ciertas conexiones, lo que yo denominaría patrones, que parece ser que no compartes, dado lo que expones… me doy cuenta rápidamente que tu analisis quizas no sea del todo racional. Entiendo que va de filosofar y pensar, pero si somos racionales, una mente racional de hecho puede ver «las conexiones» no verlo significa no tener informacion o un panorama a vista de pajaro de la imagen total.. No pretendo ser iluminada ni despierta, pero estamos tan enquistados en este sistema y el sistema en nosotros que incluso, tu propio analisis filosofico puede estar adulterado de ESTA realidad y todo lo que la compone. Creo que tu analisis esta bien, si lo vemos solamente de una perspectiva horizontal, y dejando de lado otros muchos factores en juego. Quizas sea un tanto materialista y muy simplista, simplemente decir esto es la conspiracion y lo que creo que la gente debiera saber al respecto es esto, cuando lo escribes. Me quedo con hambre intelectual!

    Dentro del razonamiento me parece a mi que deberia ciriticarse muchas mas variables que no estas exponiendo aca, el problema es que si filosofamos desde la perspectiva de que somos el centro del universo y que todo debe verse desde la perspectiva humana, (culturas, creencias, costumbres e incluso la politica, psicologia, ciencia) y dejamos de lado religion y espiritualidad (incluyendo dioses) estamos dejando vacios que no se pueden responder meramente desde la filosofia (ciencia). No me considero conspiracionista pero tampoco lo niego, las etiquetas salen sobrando, lo que si veo son patrones.
    Creo que hay verdaderos investigadores de la conspiracion y verdaderos filosofos asi como los hay farsantes o «intento de» serlo. Como en todo, siempre habra algo que desmerezca la forma de pensar en estas areas.
    Me parece que estas generalizando y suena a poco conocimiento del tema, (es lo que me transmite pero puedo equivocarme) al decir que los «conspiracionistas» no se preocupan por el cafe que se toman por las mañanas, entendiendo eso como falta de coherencia. Que pareceria que tienen un sesgo conspiranoico. Reitero lo anterior, hay de todo en todo y por supuesto que hay que saber a quienes tomar en serio en sus investigaciones.
    Me llama la atencion cuando dices que las conspiraciones no siempre triunfan, y citas ejemplos, me es muy extraño que afirmes eso categoricamente, (vuelvo a apelar a la racionalidad) cómo afirmas que eso en efecto es asi? Ya sé, me diras que lea la bibliografia que pusiste al final, que ahi esta la evidencia, y no tengo problema con ello, pero, para que un plan sea perfecto no necesariamente debo parecer «ganadora» todo el tiempo! Para ganar hay que perder dice un dicho sabio… y generalizando, hay muchos aspectos y personas involucradas en esos hechos historicos que no podriamos afirmar categoricamente que «no lograron su cometido» porque responden a varios intereses particulares en paralelo muchas veces ganados y tambien a uno principal general (aun no ganado) que es el objetivo al que se apunta: Dominar al mundo! Piensa mal y acertaras dice otro dicho. Hay que ponerse en el papel del villano, pensar sucio, muy sucio.
    Ademas!!! la historia la escriben los «ganadores» y se cuenta lo que conviene. Por eso me remito a que no se puede decir que no lograron su cometido. si piensas que haces A para obtener B, es una vision corta, de hecho hay que pensar que hago A para obtener X,Y,Z. No un plan superior, sino ulterior!

    Es un tema demasiado extenso, no pretendo convencerte de nada, solo exponer algo de lo que se y me hizo pensar tu escrito. No me he referido a la situacion sanitaria en especifico porque en realidad eso es un ingrediente mas de la torta. Quise explicarme en terminos generales.
    El problema cuando se popularizan las «teorias conspiranoicas» es como lanzar perlas falsas y genuinas al fango, hay que revolcarse en la mierda para buscar bien y sacar las autenticas. He ahi el detalle!! por eso mucha gente va de criticar a burlarse de las cosas y es por culpa de las perlas falsas que tira por tierra lo que es de valor y veraz.

    Me considero una buscadora e investigadora de la verdad, pero creo que tu argumento no es verdadero cuando dices que las TC no resisten una confrontacion argumentativa seria, eso depende a quien pongas en la palestra!!! Tiene que ser un verdadero investigador que domine bien y sepa de lo que habla, no cualquier «loco» que dice ser buscador de la verdad pero deja mal parados a los de verdad. Todo es refutable, refutable solo significa rechazar pero no implica que una idea sea incorrecta, hasta que se demuestre.

    Creo que el dialogo entre iguales se ha pedido, se ha solicitado y de muchas formas, pero simplemente hay censura, (tengo informacion para compartir al respeto) de ahi que yo deduzca que no tienes idea de lo que se habla en comunidades donde hay libre expresion y se dicen cosas que no se pueden decir en las plataformas «oficiales» so pena de ser conspiranoico, que de hecho ni siquiera se toma como peyorativo. De hecho el dialogo entre iguales ha sido bloqueado por las autoridades oficiales, estos ultimos incluso adoptando comportamientos lejos de un adulto, perdiendo las formas pero eso no lo veras en youtube! ni similares.

    La division en realidad la crean los que no comparten las «conspiraciones», preciamente cuando crean las famosas etiquetas que al menos en mi circulo intentamos no usar. No pensamos en que somos buenos y los que no creen son malos, pensamos y retamos el status quo, criticamos, analizamos y sobre todo no nos conformamos, porque y hablare por mi, las jerarquias o autoridades y gobiernos, no representan en mi individualidad una instancia a la que someterme y curiosamente los que creen esto piensan igual. Seriamos como una especie de «paria» de la sociedad pero en un sentido en el que nos vemos como ajenos a este sistema. Me explico? algo asi como que viajaras a otro planeta habitado y nada de las formas de como viven y hacen resuena contigo porque no tienen sentido alguno, porque no perteneces y porque ves el resultado de esas acciones al final. Esto no es visible para todas las personas por supuesto y es un tanto complicado de entender.

    No existe tal reafirmacion binaria, porque los verdaderos buscadores de la verdad, investigadores, no tenemos tribus, somos independientes, y la mayoria hacemos la diferencia desde nuestra trinchera individual, porque no nos sentimos acuerpados por un grupo, hablo de los verdaderos buscadores intelectuales que «se dan cuenta» lo que otros no ven. Ese ruido de segregacion (que otros se encargan de generar en contra) es simplemente para quitar la efectividad y objetividad del testimonio que podriamos tener. Precisamente para lograr esa division, que a los que si nos concierne la realidad, no nos preocupa mas, que el final que tengan las personas que no logran ver mas alla del horizonte.

    Lo dire «poeticamente» todos tenemos mierda en los ojos y no podemos ver, algunos nos damos cuenta que podemos quitarnos un poco la mierda de nuestros ojos, y advertimos al otro, hey que te puedes pasar las manos y veras mejor!!! Aun tenemos rastros de mierda por limpiar de nuestra vista pero al menos nos entra poca luz, quizas no veamos con claridad total pero vemos algo, el problema es que los otros ni siquiera se preguntan: Y si me limpio un poco la mierda de mis ojos como me dicen, para ver si tienen razon?

    Las preguntas para hacerse entonces son:
    Que tal si…?
    Y si realmente?
    Y si?
    Que pasaria si?
    Y si es verdad?

    Preguntas que casi nadie se autocuestiona. Incluso yo me las cuestiono a la inversa para este tema pero de momento tengo muchos (checks) en mi lista de conexiones verificadas asi que no se me ha caido la teoria completa, de momento.
    Me despido, con estas palabras, porque me alargue demasiado: «No quiero que pienses como yo, pero al menos que pienses» no son mias, seguro tu sabes quien las citó!.

    Euclydea (la chica racional)

    P.D: Escribo sin ortografia y tendre errores pero escribo un poco como me vienen las ideas y no me preocupo mucho por ello a menos que quisiera publicar un articulo o libro. Disculpas si eso ofende tus ojos. se escribir bien pero no tengo ganas de corregirlo.

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